jueves, 15 de marzo de 2012

El vidente y el ciego

La mujer de Manuel ha venido a las 7:30. A esa hora, hacía tiempo que los gritos de Carmen habían terminado de despertarme. Carmen  no se ha podido estar quieta en toda la noche. Ha insultado a cada enfermera, ha estado a punto de ahogarse cada vez que le ponían la mascara de oxígeno y no ha acabado de entender porque la han amarrado a la camilla. Yo lo he entendido perfectamente.

Si todo va bien, saldré de aquí sobre el mediodía. Si todo va bien, en una semana los antibióticos habrán borrado cualquier rastro de infección. Si todo va bien, en un par de semanas estaré corriendo de nuevo por el parque. En verano, pasaremos dos semanas en la playa y en invierno dos semanas en casa de mis padres.

Manuel y yo nos hemos despedido como si fuésemos amigos de toda la vida. Solo me ha hecho falta pasar una noche escuchándole responder con paciencia a las preguntas de los médicos, oyéndole roncar,  coquetear con las enfermeras jóvenes y saborear la peor comida del mundo, para darme cuenta que Manuel no tiene 68 años, ni yo 34.

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