martes, 29 de noviembre de 2011

Madera en la calle


La madera está bien, solo hace falta lijar un poco, pintar y esto quedará perfecto para colgar mis pequeñas cosas. El balcón es el sitio ideal para lijar cosas cuando vives en un piso, el polvillo se lo llevará el viento, y desde la calle casi nadie me verá, así que es casi un lugar privado.

La voz de mamá no para nunca, treinta y dos años y nunca tuvo tiempo para entender que a veces vale la pena callar. Un piso triangular solo puede llevarte a una parte: a su ángulo más agudo, al que apunta a ningún lugar. A algún genio hace setenta años se le habrá ocurrido que ese mismo sitio era el mejor para poner los balcones, arquitectura de trozo de pastel, nunca peor repartido. La calle empieza y acaba debajo del balcón, no se va a ninguna parte desde aquí. En este cruce todo mundo duerme de maravilla, los gritos y los borrachos tienen  mil sitios más a donde ir. Mamá no para, mamá no sabe en donde estamos.

La estantería estaba tirada en la calle, quien sabe que habrá sido en una vida anterior. Él la vio y dijo que iría muy bien para colgar mis pequeñas cosas, para que no anden deambulando por el cuarto. Tenía razón, será ideal para eso. Me levantaré por las mañanas y podré ir decidiendo que me pondré luego, podré mirar todas mis cosas y elegir la que me va mejor.

Un paso delante del otro, abrir la puerta del balcón, mirar a ninguna parte y encontrarme esos ojos azules, mirar a la calle y encontrar la paz fuera de este trozo de ruido.

Falta poco y luego será solo pintar. El chico del balcón me ha mirado y ha saltado. Es imposible mirar a la calle después de escuchar aquel ruido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario